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De la entrega al párroco al nuevo secuestro: ¿cómo se perdió el control en La Macarena?

A primera hora, el rumor corrió como agua por las acequias: “ya casi los entregan”. La vereda, habituada a la prudencia, se llenó de pasos cortos y miradas que evitan nombres. El operativo del CTI había terminado con una captura, y la reacción barrial había dejado a dos soldados en poder de la comunidad. El plan, decía el murmullo, era entregarlos al párroco.

El párroco llegó al punto. La foto que circuló en teléfonos de batería gastada mostró a los soldados sin armas, al lado de un civil. Nadie habló de triunfos; solo de alivios provisionales. En esas, las motos comenzaron a girar de nuevo por el camino destapado y algunos tenderos levantaron a medias sus persianas. “Si salen, abrimos hasta tarde”, dijo uno.

El mediodía partió en dos la jornada. Las voces que negociaban condujeron a ese lugar en el que un acuerdo parece firme, pero no está escrito. La condición —liberar a la mujer detenida— apareció con tonos más duros. Los garantes pidieron tiempo, las autoridades reiteraron que la justicia no se negocia. El silencio se espesó.

Por la tarde, los niños no fueron a juego. Las maestras llamaron a las casas para saber si había ansiedad o fiebre; las madres preguntaron si habría escuela mañana. En el casco urbano, los buses bajaron su frecuencia y la plaza principal quedó con bancos vacíos. La economía del día se encogió.

El Ejército se mantuvo a distancia, con radios sombreados por el monte. La instrucción fue no escalar. La Defensoría y las autoridades locales abrieron una mesa de crisis. La conversación se hizo de frases cortas y teléfonos en altavoz. La foto siguió viajando, ahora con el peso de una promesa que empezaba a flaquear.

Al caer la tarde, una palabra circuló como si doliera: “reversaron”. La comunidad, con rostros tensos, decidió mantener la retención. En los grupos de chat alguien escribió “no salgan”, y el mercado bajó sus cortinas. El párroco, con el cansancio de quien ha visto meses en un día, volvió a la parroquia pidiendo calma.

La noche cambió el sonido del pueblo. Motos sin luz, perros con ladridos más largos, televisores en volumen bajo. En la esquina del parque, dos jóvenes se despidieron sin abrazos. “Mañana vemos”, dijeron. La incertidumbre, que siempre llega por la espalda, se sentó a la mesa de las familias.

Cerca de la medianoche, las autoridades regionales reiteraron el rechazo al secuestro y la necesidad de liberar de inmediato a los soldados. La Fiscalía sostuvo que la captura seguía su curso legal. No hubo estridencias: el lenguaje se volvió quirúrgico para no empujar la cuerda demasiado.

Al amanecer, la pregunta fue la misma de la víspera: “¿ya?”. La respuesta, otra vez, fue un espejo: “todavía no”. Entre radios encendidos y promesas a medio hacer, el pueblo aprendió de nuevo que la paz también es una logística: rutas seguras, mensajes claros, garantías visibles.

El cierre del día dejó una lección de tierra: sin confianza, las entregas son castillos de arena. La vida de los soldados y la tranquilidad de la comunidad son la prioridad. La ruta humanitaria continúa y cada gesto cuenta. El tema sigue en desarrollo.

Reacciones y consecuencias
Las voces oficiales insistieron en que la retención de los militares es un delito y que no puede condicionarse la entrega a decisiones judiciales. Organizaciones sociales pidieron proteger a la comunidad de estigmatizaciones y a las familias de los uniformados con acompañamiento psicosocial.

A nivel local, comerciantes, transportadores y operadores turísticos solicitaron información unificada para no agravar el golpe económico. La Alcaldía y la Gobernación ofrecieron mesas permanentes, mientras garantes y Fuerza Pública sostienen la coordinación para un desenlace sin violencia.

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