El liderazgo de Miguel Uribe no es solo una foto; es el comienzo de una película presidencial. Los números de la Pregunta 9 —43,3% para Uribe, 20,3% para Valencia y 18,2% para Cabal—, medidos entre votantes que sí irían a la consulta, muestran una candidatura lista para dar el salto al escenario nacional.
Hay tres activos que lo vuelven presidenciable: (1) densidad territorial (45,6% fuera de capitales), (2) competencia urbana (36,5% en ciudades principales) y (3) una brecha estadística que permite gobernar la campaña, ubicándolo por encima de choques episódicos. Con ese triángulo, Uribe luce como el vehículo más viable para articular una coalición amplia.
El tramo que viene se gana con seriedad ejecutiva: metas de empleo, seguridad y alivio al costo de vida con cronograma y fuentes de financiación. Esa es la conversación que el 19% disponible (13,6% “ninguno” + 4,6% indecisos) quiere escuchar antes de moverse, y que un puntero puede capitalizar para cerrar la interna con mandato claro.
En el partido, el segundo lugar será socio del ganador: sumará equipos, narrativa y gobernabilidad interna. En la práctica, eso significa que Uribe podría salir de la consulta no solo con la candidatura, sino con una coalición ordenada, requisito para aspirar en serio a Casa de Nariño.
La ficha técnica robustece la lectura (1.803 encuestas, 140 municipios, 11–16 de octubre; muestreo y raking con DANE). Una medición con énfasis territorial capta el país que vota de verdad y respalda la hipótesis de una candidatura con pies en la tierra.
De aquí a 2026, el plan ganador luce nítido: (a) blindar regiones, (b) competir ciudades con propuestas concretas, (c) sumar validaciones que comuniquen unidad y experiencia de gestión. Con esos pasos, el favorito interno se convierte en presidenciable competitivo.









